jueves, 6 de agosto de 2009

Exitoso Festival de Solistas


    El nuevo canto nacional (e invitado), se dio cita el sábado recién pasado, en el Cine Arte Normandie, convocados bajo el 2º Festival de Solistas en Solitario, el cual contó con una gran asistencia, demostrando una vez más, el apoyo popular a estas tendencias “neo-folk”.




 


 


 


 


 


 


 


  El reducto de calle Tarapacá desde temprano mostró que sería un éxito, grupos de amigos se apoderaban de los alrededores, en su mayoría universitarios, sin el animo de ver solo a uno de los exponentes, como suele ocurrir en estos festivales, ya que los cantores comparten una raíz, esencia común, que tiene a un público fiel que no falló ante el frío urbano de aquella noche mágica.


 


 


Leo Quinteros


 


  Como si fuera una película más, sobre las viejas butacas que llenan el vacío de una sala desolada, la gente poco a poco fue poblando el lugar, quitándole espacio al frío presente con el cálido entusiasmo que albergaban las expectativas de los asistentes. Se apagan las luces, y salta a la escena un elegante Leo Quinteros para abrir los fuegos, acompañado de una sobria guitarra que lo ha acompañado en varias de sus presentaciones. El ritmo de su rock desenchufado se apodera rápidamente de los espectadores. Melodioso, creativo en sus letras, invita con sus acordes al fogón que genera dentro del teatro, logrando hacer entrar en calor a los atrasados de siempre. Quinteros siempre humilde, se convierte en animador de esta fiesta, de pie, con la misma personalidad que se atrevió a levantar el telón en la primera cumbre del rock chileno. La tarea se cumplió, una nueva noche de éxito para el abogado idealista, retirándose entre los aplausos que ya lo tienen acostumbrado, “que pase el siguiente, el público ya está arriba”.


 



 


 


Diosque


 


 Un desconocido (por quien escribe) trasandino aparece "encapado" de paso tranquilo, con melodías pasivas que mecen los oídos y letras livianas escapadas de un suspiro simple, sencillo. La gente se reposa sobre sus butacas, hacia atrás, con acordes de fondo, que se entremezclan entre los falsetes provenientes de quien solitario sobre el escenario, iluminado bajo un haz azul, se despide de un público desestresado y embelesado por una voz que se convirtió en conocida.


 



 


 


Fernando Milagros


 


 Su nombre en pantalla y los aplausos ganan terreno, con una elegante bufanda sale en escena, tranquilo, un par de palabras de buen protocolo y a los acordes; amigable, como de toda una vida, se sienta sobre el piso dispuesto para la ocasión, estableciendo un dialogo que va intimando con sus oyentes, creando una relación de confianza camuflada bajo su hipnotizante personalidad, "¿Qué canción quieren?" pregunta a los espectadores, demostrando la autentica esencial de un cantor de alma. Mira al público, reflexiona que tema puede aportar más a sus receptores, lo lanza, acierta... Luego se levanta, buena compañía, alza su brazo, se despide de los asistentes, y se retira un nuevo amigo de todos.


 



 


 


Camila Moreno


 


 Sin preámbulos ni presentaciones, de inmediato al escenario, solo acompañada de sus respectivos silbidos (piropos), se acerca al micrófono, sin sentarse, responde, afronta a sus admiradores, prueba sonido con un par de acordes y a los leones, con la fuerza de su juventud, volcando la pasión "melodramática" de sus letras con violencia sobre su guitarra, involucrando a todo el teatro en su drama. Cercana, humilde como sus ropas, deja a un lado la tecnología de su amplificación para llevarnos "al living de una casa", envolviéndonos en su voz libre, fuerte y dulce, hipnotizadora. Camila una vez que nos enamora, vuelve al escenario, dominadora de la situación, bebe un poco de agua que en vez de apaciguarla, explota en un canto de protesta por todas esas "millones" de injusticias que suceden en nuestro país, al parecer ya desahogada se despide, pero una sala enamorada se resiste; entre aplausos regresa, fuerte en su protesta y apasionada en su pensar, con tintes de cansancio pero las ganas pueden más; finalmente se retira, triunfante con un sequito de admiradores y enamorados, entre los que me incluyo, en sus bolsillos.






 


 


Manuel García


 


  Sencillo y sin reparos, bajo su silencio entre los aplausos de los presentes, se sitúa en medio del escenario y comienza a tocar. Hombre de pocas palabras dirán algunos, pero su conversación se resume en seis cuerdas que vibrantes armoniosamente al unirse con su voz, escudan la sensibilidad del artista; un coro de espectadores lo acompaña, sellando en ovación el final de cada uno de sus temas. Con desplante sobre la tarima, dueño del instante, fascina a un público extasiado en sus letras. Se relaja apoyado sobre el piso dispuesto cuidadosamente para él, con libertad incide "en cada segundo" sobre sus seguidores, se levanta agradeciendo el apoyo dispensado, prosigue con su compañera fiel (la guitarra) uniéndose al entusiasmo popular del momento, mágico para cerrar, pero la gente está alucinando y él vuelve porque también lo está. Manuel toma el bombo, dedica sus versos a la documentalista Elena Varela, presa política por la lucha indígena, la noche se torna emotiva, pero faltaba algo más, al tener que regresar nuevamente a las tablas García recordó a uno de los solitas más grandes nacidos en Chile, “Te recuerdo Amanda” cierra la cortina con la presencia en espíritu de Víctor Jara, despidiendo una noche mágica.


 



 


 


 

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